Dejé atrás una vida que, aunque parecía la correcta, nunca llegue a sentirla totalmente mía. Crecí con la idea de que el amor verdadero era suficiente para sostener cualquier historia, pero en cinco años aprendí que hay amores que, aunque inmensos, también duelen. Cada tanto, algo sucedía, algo que quebraba un pedazo de mi confianza, que me hacía dudar de si podía seguir adelante sin perderme a mí misma. Y un día, simplemente supe que ya no podía seguir. Decidí soltar, aunque doliera, porque entendí que mi felicidad no podía construirse sobre la incertidumbre y el miedo.
Desde siempre sentí una diferencia entre mi círculo cercano. Mi alma libre nunca encajó en una sola estructura, en un solo ritmo de vida. Me encanta la calma de una noche con una copa de vino y una conversación profunda, pero también la adrenalina de perder la noción del tiempo en una fiesta. Me gusta moverme, explorar, cambiar de contexto, conocer personas de distintos mundos y aprender de cada una de ellas. Para mí, la vida nunca fue líneas rectas ni caminos predeterminados; siempre la sentí como un mapa abierto donde puedo marcar mis propias rutas. Y hoy, por primera vez en mucho tiempo, siento que estoy dibujando el camino con mis propias manos, sin miedos, sin ataduras.
En la vida que dejé, también hubo amistades valiosas, personas que marcaron mi corazón y que espero que puedan seguir caminando a mi lado, aceptándome en esta versión que ya no tiene miedo de ser real. Porque al final, ser yo misma es el mayor acto de amor propio que puedo hacer. Me reconstruyo cada día, con paciencia y amor, entendiendo que la felicidad no es un destino, sino la forma en la que hoy elijo vivir. Cada pequeño logro, cada nuevo día en mi hogar, cada risa compartida, cada meta alcanzada en mi trabajo, son piezas que poco a poco me van completando de nuevo.
Y un pequeño gracias a esa persona, alguien que no necesita un título para ser importante. Alguien que respeta mi libertad, que me acompaña sin querer atarme, que entiende que mi esencia es volar, pero que en cada vuelo siempre encuentra la forma de estar cerca. Y así, sin presiones ni etiquetas, espero que podamos elegirnos cada día en esta nueva historia que ahora sí se siente como mía. Ahora sí me siento en casa, en mi vida, en mi piel, y no cambiaría esta sensación por nada del mundo.